Las condiciones laborales de fines del 1800 no seguían el ritmo de progreso de las máquinas, las artes y las ciudades. Hacinados en galpones, en las afueras de las crecientes urbes, la gran masa obrera crecía al ritmo de su propia destrucción y así mujeres y niños se hacían imprescindibles para mantener la producción constante. Las familias que habían dejado las tareas rurales y buscaban un nuevo porvenir terminaban hacinadas respirando restos de carbón y conviviendo con ratas, sin acceso a agua potable o alimentos saludables.
La vida ya no era vida y entendiendo que eran los que mantenían las fábricas en pie, trabajadores de las ramas más representativas comenzaron a exigir mejor calidad en su labor diaria para continuar con sus tareas. Los reclamos se expandieron al igual que el descontento de los empleadores que sólo veían en los reclamos un gasto más en sus costos de producción.
En la ciudad de Chicago, donde se concentraba una alta cantidad de actividad industrial, un 1º de mayo de 1886 un grupo de trabajadores alzaron su voz y dieron un ultimátum: volverían a sus tareas si se accedía bajar las horas diarias de trabajo de 18 a 8. El anuncio de la huelga que convocó a 200 mil trabajadores y que duplicó ese número en 48 horas desató un enfrentamiento con la policía que intentaba dispersar a los manifestantes. Con muertos producto del fuego estatal, incluyendo dirigentes sindicales, los trabajadores sufrieron despidos, suspensiones y hasta torturas por el levantamiento pero para fines de ese año la conquista se hizo real y el hito se propagó en el mundo.
El Día Internacional del Trabajo se recuerda como una jornada de lucha y reivindicación de lo que pueden alcanzar los trabajadores unidos en defensa de sus derechos.