El 1 de julio de 1974 y a la edad de 79 años moría en Buenos Aires Juan Domingo Perón a poco más de un año de haber asumido su tercera presidencia y siendo la figura determinante de todo el espectro político argentino.
Su figura era la de un estadista pero, también, la de un padre que ponía orden y ejercía el poder con moderación y equidad a los propios y a los ajenos. Era el último gran mito viviente al que se reverenciaba y que se reconocía a nivel mundial.
Los problemas de salud del líder no eran nuevos: a su cardiopatía se le sumaban los efectos colaterales de su consumo de tabaco y sus fuertes emociones que incluían la doble viudez y el exilio por más de 18 años. En España, sus cuidados médicos se habían intensificado y lo más destacado era la esperanza de volver a su patria. A esto se sumaba la necesidad de que participara de todo acontecimiento político para demostrar unión y fortaleza a los bastos actores de la política y la economía. Las divisiones internas se mantuvieron a raya mientras la presencia omnipresente de Perón era indiscutida.
Para ese invierno crudo de 1974, las recomendaciones de aminorar el ritmo de trabajo eran desoídas porque para él el fin estaba cerca y quería dar hasta su último aliento por el bienestar y la pacificación de los argentinos.
La asistencia a su funeral y el acompañamiento del cortejo fúnebre fue un hito mundial que se compartió en todos los medios de comunicación siendo reconocido como estadista.
Commemoramos un año más de la muerte de nuestro conductor y honramos su legado comprometiendo todo nuestro esfuerzo a la defensa de los derechos de los trabajadores, hoy y siempre.