En una casona ubicada en Lobos, por aquel entonces un pueblo de la Provincia de Buenos Aires, doña Juana Salvadora Sosa Toledo dio a luz a un niño al que llamó Juan Domingo, en homenaje a sus dos abuelos: Juan Irineo Sosa (padre de la madre) y Dominga Dutey (madre del padre). Oficialmente fue el 8 de octubre de 1895, hace 124 años.
El papá del recién nacido era Mario Perón, dueño de una pequeña producción agrícola-ganadera. Don Mario tenía 23 años cuando conoció a quien sería su esposa Juana. Entonces ella tenía 17 y al decir de Perón era una “criolla con todas las de la ley”, que como muchos paisanos llevaba en sus venas una mezcla brava de sangre indígena y española.
El futuro líder del pueblo trabajador vivió como muchos chicos del campo, una sana infancia montando a caballo, jugando y corriendo libremente, en un clima familiar de respeto y cariño.
Para fines de siglo la situación económica de los Perón se puso muy difícil y don Mario decidió ir a trabajar a la Patagonia. La estancia ovejera a la que se trasladaron estaba localizada al noroeste de Río Gallegos, Santa Cruz. La economía familiar tampoco prosperaba en ese clima tan hostil, que además perjudicaba la salud de los chicos con fríos extremos muy prolongados. Así fue que decidieron mudarse a Chubut cuyo clima era un poco más benévolo.
Fue en esos años en que las dificultades eran mayores, cuando se destacó la importancia del rol que ocupaba Doña Juana en el seno familiar. Su especial don para las curaciones domésticas, que la llevó a ejercer como comadrona, sus destrezas de criolla que podía montar hábilmente a caballo para acompañar a su compañero en las tareas rurales, y a sus hijos en sus cabalgatas, se ven reflejadas en lo que su hijo, ya mayor, decía de ella: -“Mi vida ha tenido un principio. Ese principio ha sido mi madre (…) verdadera jefa de la casa y también “el paño de lágrimas y la confidente”. (…) “Esa suerte de matriarcado ejercido sin formulismo, pero bastante efectivo, provocaba respeto pero también cariño”.
Foto de Juan Domingo Perón de niño. A la derecha con su mamá y su hermano Mario Avelino.
En 1904, cuando Juan Domingo tenía 9 años, los papás decidieron enviarlo junto a su hermano, a casa de su abuela paterna Dominga Dutey, para que comenzaran su educación formal en Buenos Aires. Durante el ciclo escolar vivían en la gran ciudad capital y solo volvían con sus padres durante las vacaciones de verano. En 1907 Juan Domingo comenzó a estudiar en el Colegio Politécnico y ya con 15 años ingresó al Colegio Militar de la Nación.
La suya fue una infancia de paisajes provincianos, de grandes espacios abiertos y de vida rural. Seguramente esas vivencias han quedado grabadas en su memoria emocional y deben haber influenciado su espíritu, su formación cultural y sus ideales nacionales. Simplemente era un verdadero criollo, un hombre del interior profundo que llegó a comprender como ningún otro las necesidades de su gente y el momento histórico que le tocaba protagonizar.
Sin dudas fue el más genuino intérprete del pueblo digno y trabajador, y también su mejor canal para lograr que se respetaran y se legalizaran sus derechos. Con Perón el movimiento obrero logró tener un rol preponderante en la política y la economía de nuestro país, y por primera vez tuvo poder de decisión.
Hoy su figura se agiganta en un presente difícil para el movimiento obrero y para todo el pueblo argentino. Su nombre sigue latiendo en el corazón de los trabajadores como una llama que alienta la esperanza y la fe de alcanzar un futuro mejor.